La persuasión sutil de los nudges: una herramienta para la convivencia

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Las decisiones que tomamos cada día, por pequeñas que parezcan, tienen un impacto real en el bienestar colectivo. Nuestras elecciones son un ingrediente más en la configuración del clima social en el que vivimos. A menudo pensamos en la convivencia como un marco abstracto o normativo, pero en realidad es una concreción cotidiana, hecha de actos voluntarios, omisiones y gestos que se repiten o se corrigen. Su estado no se decide, no únicamente, mediante grandes pactos políticos o laberínticas legislaciones, sino a través de miles de microdecisiones que tomamos individualmente.

En este artículo viajaremos al universo de lo micro. Pondremos toda nuestra atención en los pequeños detalles. Asumiremos, en un claro ejercicio de humildad, que todo lo que nos rodea influye en nuestras elecciones diarias. Bienvenidos/as al sutil mundo de los nudges.

¿Por qué hacemos lo que hacemos?

Idealmente, aquello que hacemos, el fruto de nuestras decisiones, proviene de un proceso racional mediante el que ponderamos lógicamente nuestras opciones. De esta manera, minimizando los agravios y optimizando los logros, decidimos actuar de una forma u otra. En este escenario, planificamos a largo, disponemos de toda la información relevante y si las condiciones no cambian, tampoco lo hacen nuestras decisiones. Durante muchos años, según los postulados de la economía clásica, esta ha sido la explicación a por qué hacemos lo que hacemos. Esta visión fue exportada a disciplinas más allá de la economía gracias a la teoría de la elección racional (rational choice theory).

Pero lo cierto es que las cosas no siempre son así. No siempre sabemos lo que queremos y casi nunca hacemos cálculos perfectos. Así lo entiende la economía conductual. Surgida a partir del trabajo de psicólogos como Daniel Kahneman y Amos Tversky, entre otros, critica varios supuestos centrales de la elección racional. En primer lugar, demuestra que las personas tienen una racionalidad limitada: no acceden a toda la información, no procesan todo lo que saben, y muchas veces se conforman con la primera opción que parece suficientemente buena. En segundo lugar, revela que estamos profundamente influidos por sesgos cognitivos como el exceso de confianza o la aversión al riesgo. Estos sesgos llevan a decisiones sistemáticamente predecibles pero irracionales.

Además, la economía conductual subraya que el contexto en el que se presentan las decisiones (arquitectura de elección) cambia profundamente nuestras elecciones. También señala que las normas sociales, las emociones y la presión del entorno influyen tanto o más que los cálculos racionales. Esto desmonta la idea de que actuamos de forma independiente y puramente estratégica. Lejos de ser máquinas de decidir, para lo bueno y para lo malo, somos humanos, con emociones, costumbres, miedos y contradicciones. De esta manera, la economía conductual no niega que podamos ser racionales en ciertos momentos, pero sí demuestra que no lo somos siempre ni en todos los ámbitos. Por eso, propone modelos más realistas del comportamiento humano que integran lo emocional, lo social y lo contextual. La racionalidad, por más bonito que suene, no siempre preside la mesa cerebral en la que se pactan nuestros actos. Con el debido respeto, presuponer que la razón es el carburante único y final que nos mueve, probablemente, sea un exceso de optimismo al límite de la ingenuidad.

Este reconocimiento abre un área de influencia sobre el comportamiento de las personas sin recurrir a la imposición o la coacción. Si entendemos cómo decidimos realmente, podemos diseñar entornos y contextos que orienten las elecciones hacia opciones más beneficiosas, tanto a nivel individual como colectivo.

Un leve empujoncito

En 2008 se publica Nudge: Improving decisions about health, wealth and happiness. En este libro, Richard H. Thaler y Cass Sunstein desarrolllan el concepto de nudge, en español: empujón. Lo definen como cualquier aspecto de la arquitectura de elección que altera el comportamiento de las personas de manera predecible, sin prohibir ninguna opción ni cambiar significativamente sus incentivos económicos.

Los nudges se caracterizan por ser intervenciones sutiles pero efectivas, diseñadas para influir en el comportamiento de las personas sin imponer ni prohibir nada. Su esencia radica en modificar la arquitectura de la decisión, es decir, el contexto en el que se presentan las opciones, para que la alternativa más beneficiosa o socialmente deseable sea también la más fácil o intuitiva de elegir. A diferencia de las medidas coercitivas, el cumplimiento de una ley o la amenaza de una sanción, los nudges preservan la libertad de elección: la persona debe seguir siendo libre de decidir, pero es orientada de forma suave hacia una determinada opción.

Otra característica fundamental es que no modifican significativamente los incentivos económicos. Es decir, no consisten en premios ni castigos materiales, sino en pequeños ajustes en la manera de presentar las opciones. Además, para que un nudge sea éticamente aceptable, Thaler y Sunstein insisten en que debe ser fácil de evitar, transparente, reversible y diseñado en beneficio del individuo. En este sentido, no se trata de manipulación, sino de una forma de guía suave que busca facilitar decisiones más acertadas sin eliminar la capacidad de decidir libremente.

En 2010, en el Reino Unido, el gobierno británico envió cartas a contribuyentes que no habían realizado el pago de sus impuestos en el periodo voluntario. En esas cartas, lejos de exponer las consecuencias negativas del impago y los procesos de cobro por la vía ejecutiva, simplemente, se compartía información sobre el porcentaje de personas, muy elevado, que sí habían realizado el pago. La acción, puso de relieve la norma social y aumentó significativamente la tasa de pago voluntario.

En 2011, la ciudad de Copenhague quiso mejorar la limpieza de sus calles. Para ello se realizó un experimento que pretendía medir el impacto de un nudge concreto. Durante un día se repartieron caramelos a los transeúntes. Al final de la jornada, una brigada formada por estudiantes trató de localizar cuántos envoltorios terminaban en el suelo y cuántos en la papelera. A continuación, se implementó un nudge consistente en pintar unas huellas de color verde sobre el pavimento que conducían a la papelera. A los pocos días, ya con las huellas luciendo, se repitió la operación consiguiendo aumentar en un 46% el número de envoltorios que terminaban en las papeleras.

Una situación frecuente en muchas ciudades es la de las conductas incívicas relacionadas con orinar en el espacio público, lo que genera degradación del entorno y, en algunos casos, malos olores que afectan la convivencia. Aunque se han puesto en marcha distintas iniciativas para abordar este problema, si hablamos de nudges o «pequeños empujones», un caso interesante ocurrió en Francia en 2019.

En ese año, algunas esquinas dentro de estaciones de tren se habían convertido en auténticos “urinarios públicos”. Para revertir esta situación, se implementó una campaña creativa: se colocaron pósters en 3D, tanto en el interior como en el exterior de la estación, que representaban a atletas de tamaño real jugando con balones. El entorno visual, llamativo y bien cuidado, logró disuadir a las personas de orinar allí. Como resultado, las micciones en el espacio público disminuyeron drásticamente, demostrando que una intervención estética y simbólica puede generar un cambio significativo en el comportamiento.

En otro orden, España, líder mundial en donación de órganos, implementó ya hace muchos años una legislación de consentimiento presunto. En esencia, todo el mundo se considera donante salvo que se manifieste lo contrario, esto es, no es necesario un comportamiento activo, formularios, manifestaciones del consentimiento… para convertirse en donante. Si acaso, ese comportamiento activo se exige a la hora de manifestar no querer serlo. Desde el año 2010 el modelo ha sido replicado en otros países de la Unión Europea.

A través de estos ejemplos se puede capturar la esencia de la medida. Existen muchos tipos de nudge. Los hay que apelan a las normas sociales (es el caso de los dos primeros), aquellos basados en defaults u opciones predeterminadas, los que persiguen simplificar las relaciones de la ciudadanía con la administración o los que consisten en simples recordatorios.

Han pasado más de 15 años desde su presentación en sociedad y buena parte de la literatura actual se centra en evaluar su impacto y el coste-beneficio que supone para las administraciones su implementación. Los resultados son variados y están condicionados por distintos elementos: la tipología del nudge y el ámbito en el que se introduce, principalmente. En cualquier caso, y dejando de lado las tensiones éticas que pueda generar su existencia a propósito de la libertad de elección de la ciudadanía, los nudges son un buen ejemplo de política pública creativa a la vez que basada en un marco teórico sólido con mucha evidencia empírica.

Desde FEPSU aplaudimos las medidas innovadoras que nos permiten avanzar en la construcción de ciudades más seguras y mejorar los espacios de convivencia.