A finales del mes de octubre pasado, cerca de 80 municipios de la provincia de Valencia sufrieron las devastadoras consecuencias de uno de los episodios climáticos más graves de las últimas décadas. La DANA, acrónimo de Depresión Aislada en Niveles Altos, se ha convertido en un símbolo que invita a la reflexión sobre la gestión y seguridad de nuestras ciudades.
Este artículo, escrito con la perspectiva que brinda el paso de las semanas, busca recordar a todas las personas afectadas y, con el máximo respeto, señalar algunos de los debates que este desastre deja en torno a la seguridad y la prevención.
La DANA. Una DANA
El 29 de octubre de 2024 alrededor de las 16:00 de la tarde comenzaron a intensificarse las lluvias que caían desde la mañana sobre buena parte de la provincia de Valencia. Durante la madrugada del día 30 las tormentas descargaron entre 200 y 300 litros por metro cuadrado en pocas horas provocando graves inundaciones.
Una DANA se forma cuando una masa de aire frío en altura se desconecta de la corriente principal y entra en interacción con el aire cálido y húmedo en las capas bajas, generando inestabilidad atmosférica. La de Valencia, la DANA, sobrevoló una población de más de un millón y medio de personas y afectó de forma grave y directa a más de 250.000. Los márgenes de los ríos Turia, Júcar o Magro, pero también barrancos y cauces urbanos cedieron más allá de sus límites contribuyendo de forma decisiva a que los daños materiales fueran mayores. Entre todo el desastre, 219 personas murieron en la Comunitat Valenciana, 7 en Castilla la Mancha y 1 en Andalucía, según datos del Gobierno de España.
Cuatro meses después, las zonas afectadas siguen trabajando para recuperar la normalidad. Vecinos y vecinas se organizan para borrar de sus paisajes las huellas del dolor. En cada conversación, en cada cruce de miradas, se entrelazan cansancio, pena y el desconcierto propio que provocan los fenómenos que lo trastocan todo.
Como Sísifos embarrados. Levantar lo caído, limpiar el lodo, reconstruir lo perdido temiendo que, en cualquier momento, todo vuelva a desmoronarse. La roca rueda cuesta abajo una y otra vez. Pero, a diferencia de Sísifo, que estaba condenado a un destino inmutable, aquí aún existe la posibilidad de cambiar el rumbo. Cada catástrofe trae consigo una lección y, quizás, la clave esté en aprender a prevenir en lugar de limitarse a reconstruir. Tal vez, la clave esté en conseguir que una DANA solo sea una DANA: depresión aislada en niveles altos.
Riesgo colectivo, seguridad integral
Casi 40 años después de su publicación resulta incómodo referenciar de nuevo el archiconocido ensayo del sociólogo alemán Ulrich Beck: la sociedad de riesgo. El texto, citado en cada esquina, tuvo una influencia decisiva en estudios de sociología, política y filosofía, pero sin ninguna duda, sirvió como referencia indiscutible para situar, desde un prisma distinto, las cuestiones de la ecología en el mundo académico y en la agenda política.
En esencia, Beck plantea que, en una sociedad moderna marcada por la industrialización y el avance tecnológico, los riesgos se han transformado en amenazas globales y sistémicas que afectan a la sociedad de manera compleja e interconectada. Los peligros no afectan solo a individuos o grupos locales, sino que se distribuyen a nivel global. El cambio climático, la contaminación o las pandemias sirven de ejemplo. Aislar los efectos de ciertos riesgos, en su mayor parte creados por la actividad humana, aun cuando se manifiestan en escenarios naturales, puede resultar prácticamente imposible.
En la sociedad del riesgo, el futuro se vuelve incierto. Aunque tratemos de gestionar estos riesgos mediante tecnologías y políticas, siempre queda un componente de incertidumbre. Las instituciones encargadas de gestionarla, a menudo, no disponen de los recursos y el conocimiento para enfrentarse a estos peligros de manera totalmente efectiva.
Y en esas andamos, tratando de encontrar un lugar digno desde el que habitar el entramado de relaciones causales que suelen acompañar a este tipo de desastres. Luchando por encontrar la explicación final, el relato decisivo y sanador que demandan quienes sufren sin merecerlo, quienes lloran por méritos ajenos.
Asumimos, porque así nos los cuentan, que la DANA y el cambio climático están estrechamente relacionados, ya que el calentamiento global, y en especial la mayor temperatura del agua del mar, intensifica ciertos fenómenos meteorológicos extremos. Entendemos que, aunque las DANAs no son nuevas, su frecuencia, intensidad y efectos destructivos están aumentando debido al cambio climático y es entonces cuando todo se vuelve más complejo ya que nada de lo que podemos hacer en esa batalla por la sostenibilidad nos será retornado con la inmediatez que requiera el dolor actual.
Lo explicó muy bien Mancur Olson en “La lógica de la acción colectiva” allá por la década de los años sesenta: los incentivos individuales afectan a la cooperación en los grupos y no hay mayor cooperación que la que requiere un planeta limpio. Las personas, en general, tendemos a no contribuir si nuestro esfuerzo no marca la diferencia o, si prescindiendo de él, obtenemos el mismo beneficio que realizándolo.
En momentos difíciles como el actual, apelar a la sostenibilidad del planeta no nos sirve de bálsamo. Al contrario, reconocer en tamaña empresa la causa de nuestro sufrimiento nos genera desasosiego e inseguridad. “Tan solo quienes miran al futuro sin preocupaciones saborean el presente con buen ánimo” escribía Zweig tras un convulso siglo XX.
Volver a la raíz
Si la sostenibilidad del planeta es una meta lejana y de inmediatez improbable, tal vez la respuesta esté a nuestro alrededor. En tiempos de incertidumbre, cuando las grandes causas nos abruman, debemos fortalecer aquello que está en nuestras manos. Hacernos pequeños no es rendirnos, sino encontrar el espacio desde el que realmente podemos ser decisivos.
Los acontecimientos de Valencia dieron buena muestra de ello. Vecinos anónimos, pero también profesionales de los servicios de emergencias de localidades de todo el Estado, se desplazaron durante esos días, y los que seguirían, para tratar de minimizar el impacto de lo sucedido. Xàbia, Dénia, Gandía, pero también Barcelona y Madrid, entre muchas, fueron ciudades que mostraron apoyo compartiendo recursos de todo tipo. Desde la cercanía que caracteriza al mundo local, personas e instituciones se entremezclaron para dar una respuesta inmediata a la catástrofe creando una red de seguridad con la que mirar al abismo de esos días con mayor esperanza.
Tal vez se trate de empoderar a nuestras instituciones locales, hacerlas trabajar conjuntamente. Desde los sistemas de emergencias hasta las regidorías de urbanismo. Tejer lazos entre la clase política y la sociedad civil lo suficientemente resistentes como para proyectarse en el futuro y lo bastante flexibles para adaptarse a cada nuevo escenario. Si los nudos atan, los lazos unen.
Desde FEPSU queremos mandar un cálido abrazo a todas las personas afectadas por la DANA, y muy especialmente a las ciudades socias del Foro. Seguimos a vuestra disposición para lo que necesitéis. Seguimos trabajando.